Y es que no cabe duda alguna sobre el altísimo nivel de mística o espiritualidad que rodea al mundo del toro y, por ello, sería interminable intentar enumerar cada momento o detalle que evidencian tal situación. Así, la devoción del ganadero para la crianza de sus animales, el ritual del torero al vestirse de luces o al momento de rezar en la capilla de una plaza de toros, el inicio del paseíllo con los protagonistas de la corrida deseándose suerte y santiguándose para implorar ayuda divina, el silencio sepulcral de los espectadores en los tendidos mientras aprecian una faena o el respeto reverencial de los subalternos hacia su matador son sólo algunas manifestaciones de esa mística que rodea a una corrida de toros y que hacen de ella un espectáculo tan distinto a los demás.
Para apreciar la singularidad de la tauromaquia en contraste con otro tipo de expresiones artísticas, basta simplemente advertir el hecho de que los protagonistas de una corrida de toros ponen en riesgo su vida en cada tarde y, prueba de ello, resulta el hecho del trágico final que tuvieran algunas grandes figuras del toreo a lo largo de la historia. Pues bien, creo que ese coqueteo con la muerte le imprime al mundo del toro esa mística tan especial antes comentada y redunda en la seriedad y solemnidad que existe en torno a él a través de diversas manifestaciones.
¿Y cómo viven esa mística los toreros dentro de una plaza de toros y en su vida profesional en general?. El periodista y escritor español Rubén Amón en su obra “No puede ser y además es imposible” recoge algunos episodios interesantes en un capítulo que lleva un título particularmente sugestivo: “Proezas, éxtasis, orgasmo… y pesadillas”, en el cual se narran las sensaciones experimentadas por diversos toreros durante aquellos momentos de intimidad en los cuales se encuentran frente a la cara de un toro y pueden cuajar una faena a gusto. Así, Amón sostiene lo siguiente:
“Los toreros son de otra «encarnadura». Una manera de definir la vocación y el misterio de quienes arriesgan las carnes a cambio de experiencias sublimes. Algunos matadores evocan el orgasmo a propósito de las sensaciones que experimentan en el ruedo. Otros mencionan el estado de abandono corporal. Redundando en la definición que Fernando Arrabal hizo de Morante de la Puebla: «Cuando torea el maestro se deja el cuerpo en el burladero». Luis Francisco Esplá prefiere hablar de un «estado de gracia». Una dimensión de paz, misticismo y de asombro que reconoce haber vivido únicamente en tres ocasiones (…) sintió que el cuerpo se elevaba de la arena y que se veía a sí mismo desde afuera, en plan de «crisis mística». (…) La vida se despoja de alicientes cuando el traje de luces se instala en el armario. Desaparece la pasión, la euforia, el pánico, la cornada, el delirio, la muerte, la creatividad, el público, la incertidumbre, el oro, la oscuridad. Así se explica el recurso de las reapariciones y se entiende el grado de insatisfacción del matador jubilado, a no ser que la alternativa del campo, de la ganadería o del apoderamiento entretenga las frustraciones”.
De esta forma, aunque parezca difícil de entender, así viven los toreros ese mágico momento de abstracción y desafío a la muerte que representa enfrentarse a ese imponente animal llamado toro de lidia; y esa es precisamente la mística del toreo, esa constante confluencia entre el arte, el peligro, el valor, la técnica y la emoción, todo lo cual se resume en esa especie de halo mágico o profunda espiritualidad que inspira la tauromaquia en cada una de sus múltiples expresiones.
Tengo el pleno convencimiento de que nuestra fiesta perdurará incólume en el tiempo, en la medida de que no se pierdan sus valores esenciales y, precisamente uno de ellos, es esa magia envolvente que distingue a los toreros de los demás artistas y a una corrida de toros respecto de cualquier otro espectáculo. Mientras todo ello se mantenga, el misterio del mundo del toro seguirá atrayendo a cada vez más gente deseosa de descubrirlo y, por eso, a aquellos que amamos esta fiesta nos corresponde intentar transmitir tal misterio a quienes se acercan a la tauromaquia y, aunque habrá quienes seguramente encuentren rasgos de locura en ello, otros sí comprenderán todas las sensaciones que el toreo es capaz de inspirar.